Estaba muy
enfermo el Zar. Los médicos de la corte después de haberle reconocido, se
reunieron y diagnosticaron que el Zar tenía una enfermedad incurable: el Zar se
moría y no había ninguna medicina capaz de curarle.
No contento el
Zar con su diagnóstico mandó a sus emisarios que fueran por su reino a buscar a
otros médicos o curanderos que pudiesen curar su enfermedad.
Los emisarios de
la Corte se extendieron por todo el reino buscando quien era capaz de curar al
Zar. Uno a uno, magos y curanderos se presentaron ante el Zar y nadie podía
curarlo. Hasta que llegó un mago que dijo que era capaz de curarlo.
- El Zar se
puede curar -dijo- si se pone la
camisa de un hombre que sea feliz.
- Eso es
fácil -dijeron los servidores del Zar.
Por lo que todos
los emisarios empezaron a buscar entre los cortesanos a un hombre que fuera
feliz.
* *
* *
- ¿Eres
feliz?
- No, no soy
feliz.
- Pero ¿cómo
no puedes ser tu feliz si tienes un palacio y sirvientes fieles que te sirven?
- Ya pero no
tengo hijos que hereden todo cuanto es mío y quisiera tenerlos.
* *
* *
- ¿Eres
feliz?
- No, no soy
feliz.
- Pero ¿cómo
no puedes ser tu feliz si tienes una mujer y unos hijos, un palacio y unos
sirvientes fieles que te atienden?
- Ya pero me
gustaría poder montar en mi caballo como cuando era joven, pero las piernas y
mis huesos me fallan y no puedo...
* *
* *
- ¿Eres
feliz?
- No, no soy
feliz.
- Pero ¿cómo
no puedes ser tu feliz si eres joven y tienes riquezas?
- Ya pero la
mujer a la que quiero está enamorada de otro hombre.
* *
* *
- ¿Eres
feliz?
- No, no soy
feliz.
- Pero ¿Cómo
no puedes ser tu feliz si tienes una bella mujer que te quiere, eres joven,
eres rico, estás sano...?
- Ya pero me
gustaría vivir lejos de la corte. No me gusta este tipo de vida y mi mujer no
está de acuerdo conmigo.
* *
* *
Así preguntando a todos los cortesanos, pero
ninguno era feliz.
Salieron los
pregoneros a la ciudad:
- De parte de
su Majestad el Zar se busca a un hombre que sea feliz.
- El hombre
que sea feliz, que se presente en el Palacio del Zar.
Recorrieron
todos los rincones pero no se presentó ninguno.
Fueron por los
pueblos y las aldeas, todos con el mismo propósito: buscar al hombre feliz.
Pero ninguno se presentó.
* *
* *
Uno de los
emisarios cansado de recorrer las aldeas, empezó a buscar por los campos.
Recorrió las
vegas de los ríos, recorrió las praderas, subió a los montes y bajó por sus
laderas. Fatigado, cansado y apesadumbrado de no haber logrado su
propósito y ver que su esfuerzo había
sido inútil, bajó de su caballo y se recostó sobre la fresca hierba de una cuneta a la orilla del camino para
descansar.
Los ojos del
fiel servidor se fueron cerrando poco a poco, hasta que se fue quedando
dormido.
Cuando despertó,
oyó una voz:
- Soy
feliz, soy feliz.
El hombre pensó
que era un sueño, no podía creer lo que había oído. Se levantó deprisa, de un
solo salto. Miró a su alrededor y no vio a nadie; únicamente había una cabaña a
lo lejos, en la ladera de un monte. Se acercó hacia ella, empujó la puerta y en
el fondo vio a un hombre vestido con un pellico de pastor:
- Pase buen
hombre. Pase y siéntese un rato. Coma un poco de queso de mis cabras y beba un
poco de vino, que veo que está cansado y necesita reponerse.
El emisario no
podía creer lo que estaba viendo. La voz no podía ser de aquel hombre.
- ¿Qué le
trae por aquí? -preguntó el pastor.
- Pues estoy
buscando a un hombre que sea feliz.
- Aquí tiene
al hombre que está buscando, yo soy feliz.
- Pero ¿cómo
puede ser feliz aquí?.
- Mire usted,
gracias a Dios como bien, me sienta bien la comida que como. Tengo mi cabaña,
mis cabras que me dan leche y hago queso, cojo miel, avellanas, nueces y frutas
del bosque y tengo lo suficiente para vivir con los 4 o 5 cabritillos que me
proporcionan las cabras a lo largo del año . Tampoco paso frío. Tengo todo
cuanto necesito ¿Qué más puedo pedir?.
El emisario,
convencido de que le decía la verdad se abalanzó sobre él para quitarle su
camisa.
Pero ¡oh!
¡maldición !. El hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía camisa.
Por lo que todos
los emisarios empezaron a buscar entre los cortesanos a un hombre que fuera
feliz.
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